-Por supuesto, nosotros nos haremos cargo de todo -el comercial no paraba de hablar-. Sólo tiene que firmar estas autorizaciones para que podamos cancelar sus cuentas, liquidar sus bonos, vender su casa… En fin, ya sabe, Vd. no va a estar consciente para llevar sus asuntos.
David Brain no estaba muy decidido. Había recogido el folleto del buzón hacía 15 días y todavía sopesaba los pros y los contras. Cualquier decisión le costaba un par de días. Las más importantes, como ésta, más de una semana, y, casi seguro, un buen dolor de cabeza.
Aparentemente era muy simple. Según decía la publicidad de HiberDolar, él sólo tendría que dormir durante un buen montón de años y dejar que ellos invirtieran su dinero de la mejor forma posible.
Cuando despertara conservaría la misma edad que tenía actualmente pero sería rico. Hiberdolar se llevaría una comisión importante, por supuesto. Pero no era eso lo que más inquietaba a David.
-Será uno de los solteros más disputados por las mujeres del siglo que viene -continuaba el vendedor-. Y no sólo eso. Verá algo que todos deseamos conocer: el futuro de su ciudad, de su país, de la Tierra.
David ignoró la charla del hombre al otro lado de la mesa. Ya le habían contado las condiciones por teléfono el día anterior, aunque entonces había hablado con una mujer. Siempre había sido muy sensible a las voces femeninas y ésta consiguió convencerle para que fuera a las oficinas de la compañía.
El comercial llegaba ahora a la parte más desagradable del discurso. La primera vez que lo oyó se puso tan nervioso que se le escapó el teléfono, se hizo un lío con el cable y, se golpeó en la cabeza con la lámpara de sobremesa. Ahora volvía a oirlo: Tenía que suicidarse.
Realmente no moriría. Tendría todas las características de un muerto pero estaría vivo. La píldora que le proporcionaba Hiberdolar ralentizaba y camuflaba las funciones vitales durante el tiempo necesario para que alguien descubriera su cuerpo y avisara a la policía o al hospital. Una vez en el depósito, la compañía reclamaría el cadaver y le llevaría a sus instalaciones.
Pasaría veinticinco años en una especie de cámara frigorífica de alta tecnología controlada por los técnicos y los ordenadores de Hiberdolar.
Para su seguridad, todo el sistema estaba fabricado a prueba de cortes de corriente eléctrica, fallos en uno o más ordenadores, sabotaje, incluso explosiones nucleares cercanas. A David no le gustaría “resucitar” en un mundo postnuclear, pero todas esas protecciones calmaban un tanto su intranquilidad.
El agente comercial le estaba preguntando algo. Intentó despejar su cabeza de pensamientos negativos y prestó antención.
-¿Qué?, ¿se decide?. Es una auténtica ganga. Solo pierde unos seis meses de vida y a cambio recibe una fortuna y, como le dije antes, la posibilidad de ver el futuro de la humanidad. No quisiera que se sintiera presionado, pero las plazas son limitadas. Debe tomar su decisión cuanto antes. No admitimos a cualquiera, claro está, pero aun así tenemos más solicitudes de las que podemos atender.
De modo que si lo pensaba demasiado podía perder su oportunidad. Eso no le facilitaba las cosas. Las decisiones contra reloj eran las que peor le salían. Sabía que se arrepentiría más tarde, pero eso de ver el futuro le tentaba de verdad.
Desde que tenía diez años era un gran aficionado a la ciencia ficción. Los viajes en el tiempo, el espacio exterior, los alienígenas… Siempre pensaba que no llegaría a conocer todas esas cosas por culpa de la edad. Con un poco de suerte viviría para ver la colonización de la Luna y, tal vez, la de Marte.
Ahora tenía la solución en sus manos. No tenía familia ni amigos que le echaran de menos cuando desapareciera. Hiberdolar manejaría su dinero y sus bienes mientras él dormía. Incluso le fabricaría una nueva identidad para cuando despertara (por si alguien se preguntaba cómo David podía parecer tan joven a los 65 años). Todo estaba preparado para no levantar sospechas.
-De acuerdo. firmaré ahora mismo -Las palabras salieron de su boca a regañadientes-. (Cuando empezamos?.
El comercial comprobó las firmas y señaló una puerta blanca al fondo de la sala de recepción. -Pase por ahí -dijo sin dejar de sonreir-. Le harán un sencillo examen médico y le darán las píldoras para… “Vd-ya-sabe”.
La doctora le mostró donde tumbarse y aplicó los electrodos de un cardiógrafo en su torso. -Bien, bien -murmuraba, mirando la ristra de papel que brotaba de la máquina-. No hay ningún problema. Se nota que lleva una vida sana.
-Ya puede abrocharse la camisa -David se esforzó en mantener firme el pulso de sus manos mientras introducía los botones en los ojales. El hecho de que la doctora fuera mujer aumentaba su ya de por sí enorme nerviosismo.
-Veamos. Sí, las Cardiostop-500 son las más adecuadas -la voz de la mujer era amistosa pero seria-. Aquí tiene. Tómese las dos al mismo tiempo. Y, esto es importante, tráguelas con agua. Nada de zumos, vino o refrescos, olvídelos. Sólo agua.
Era la primera vez que le hacían una advertencia tan rara. Todas las pastillas que el conocía se podían tomabar con zumos naturales. -En fin -pensó David- el asunto ya es lo bastante raro como para preocuparse por una tontería como esa.
Cogió las “medicinas” y se despidió de la doctora. Antes de irse quería hablar otra vez con el vendedor. No tenía copia del contrato, ni un justificante, ni siquiera un recibo.
La recepcionista intentó localizar al comercial, pero estaba reunido.
-No podría atenderle por ahora. Puede esperarle si quiere, aunque es probable que tarde varias horas -decía la muchacha-. Además, después de la reunión no estará de humor para ver a nadie.
De todas formas, (para qué quería un justificante? Al fin y al cabo si tenía que confiar en que Hiberdolar le mantuviera con vida durante 25 años, (por qué no iba a creer que le devolverían sus posesiones?.
Condujo hasta casa con mucha precaución. No era el momento de tener un accidente. Dejó el coche en el garaje y se quedó mirándolo como si no fuera a verlo más. -Seguramente lo venderán -pensó David- no aguantará veinticinco años en este garaje.
Una sonrisa apareció en su rostro –Caramba!, -no quiero conducir un modelo clásico cuando me despierte!. -Qué hagan lo que quieran con él!
Tenía que esperar doce horas antes de tomar las pastillas. Eso le daría tiempo para liquidar algunos asuntos. No iba a matar a su ex-mujer (porque no tenía, principalmente), ni a despedirse del trabajo gritándole al jefe, ni nada por el estilo. Pero nunca en su vida había bebido, tampoco fumaba, y no hacía tiempo que no había hecho… otras cosas interesantes.
Dio un largo paseo hasta una de las zonas de alterne de la ciudad, la que estaba más de moda. Entró en todos y cada uno de los bares, pubs, discotecas y clubs que encontró en su camino y la cantidad de alcohol en su cuerpo aumentaba paulatinamente.
Habló un rato con un par de muchachas que se le acercaron. La charla y la música sumadas a las bebidas exóticas empezaban a marearle. -Será mejor que vuelva a casa antes de que olvide donde vivo-. David se disculpó con las mujeres y, un poco tambaleante, se dirigió a la calle.
Llevaba las píldoras en el bolsillo. Las sacó de su pequeño estuche dorado y se quedó mirándolas con respeto. -Mi billete al futuro- pensó.
Cerró el puño y comenzó a andar hacia la parada de taxis. Las piernas le flaquearon al llegar a un callejón. -Quizás no debería haberme tomado esa ultima copa -dijo con voz vacilante. Volvió a perder el equilibrio e intentó agarrarse a la esquina. Falló por muy poco pero su mano sólo encontró el aire del callejón.
Las bolsas de basura que se amontonaban en el suelo amortiguaron la caida. Fue la mala suerte, o el destino, tal vez, el que hizo que la bolsa que golpeó con su cabeza contuviera una plancha.
-¡Hey!, (se encuentra bien? -El taxista había observado el desfallecimiento de David y corría a ayudarle-. (Qué le ha pasado, amigo?, no tiene muy buen aspecto. -Intentó buscar ayuda pero nadie se acercaba al callejón. Estaban en una parte de la ciudad poco aconsejable y la gente no solía pararse a ayudar a un extraño. Sobre todo si éste estaba tirado en un montón de basura.
-Mmmmm, lo primero es el corazón -pensó el buen hombre- En la tele siempre comprueban el corazón. Buscó la muñeca derecha de David y, al girarla, cayeron al suelo las píldoras de Hiberdolar. -(Qué demonios será esto ?. -Dejó las pastillas encima de una bolsa y continuó con su tarea.
-Tiene el pulso muy débil -comprobó el taxista- puede que estuviera enfermo, o algo así. Una vez ví una película en la que un hombre tenía un ataque cardíaco y tenía que tomar unas pastillas para no morir. Tenían nitroglicerina, creo. -Sacó las píldoras del bolsillo y las acercó a su ojo derecho-. No tienen nada escrito. Bueno, digo yo que si las tenía en la mano era para tomárselas. Será mejor que se las de antes de que sea tarde.
Volvió rápidamente al taxi y extrajo una botella de whisky de la guantera. Regresó al callejón y se agachó junto al herido.
-Vale diez dólares la botella. Más vale que lo aproveches.
Agarrando las solapas de la chaqueta incorporó a David y lo dejó sentado contra la pared. Le puso las píldoras en la boca y virtió una considerable cantidad de líquido detrás de ellas.
-Espero que puedas tragar.
Al notar el whisky en la cara, David recuperó momentaneamente la consciencia. Sentía algo atascado en la garganta. Lo tragó casi sin querer junto con un chorro de algo que estaba a punto de entrar por el conducto equivocado.
El whisky le hizo toser. Intentó levantarse sujetándose a la manga del taxista. Recordaba que en esa mano llevaba algo importante. (Que demonios era?. Su cabeza se negaba a colaborar. Las imágenes de la gente de Hyberdolar flotaban en su mente. (Le habian dado algo?. Sí, claro, las pastillas que simularían su muerte. Las tenía en la mano, ( o no ?. No las notaba. Abrió y cerró la mano varias veces pero allí no estaban.
-¡Maldita sea, está perdiendo el pulso! -El taxista miró alrededor con cierto sentimiento de culpa-. Espero que no me carguen el fiambre. He hecho lo que he podido por salvarlo. No es culpa mía si esas pastillas no han funcionado. Será mejor que me largue antes de que me meta en un lío.
El hombre subió a su coche y arrancó con el menor ruído posible. En silencio y con las luces apagadas, abandonó la calle.
Mientras tanto, David trataba de abrir los ojos. Le resultó imposible. Sus párpados ignoraban las órdenes de su cerebro. La mano que acababa de mover también colgaba fláccida. -(Qué rayos me está pasando?-. Habría gritado, pero sólo podía pensar.
Al fondo del callejón se agitaron unos cartones. Un hombre bajo, sucio y bostezante surgió de las sombras.
-Vaya, vaya, (qué tenemos aquí? -el vagabundo se arrodilló junto al cuerpo inerte de David-. Bonito reloj, y tus zapatos también me gustan. -Hey, estás forrado, tío! (Qué hacía un tipo como tú en un barrio asqueroso como éste?.
Todos los objetos de valor, así como la chaqueta y los zapatos, pasaron a manos del mendigo.
-No voy a dejarte aquí. Vivo allá, al fondo y si te ven a la entrada del callejón seguro que llaman a la poli y acabaré durmiendo en la comisaría. Odio las comisarías. No te tratan con dignidad.
Cogiéndo el cuerpo por las axilas lo arrastró por un pasaje oscuro y maloliente que daba a la parte de atrás de los comercios. Buscó un contenedor de basura que no estuviera muy lleno y, con un esfuerzo considerable, arrojó dentro a David.
-Aquí estarás bien hasta que te se te pase la borrachera.
David seguía pensando. Era lo único que podía hacer puesto que sus músculos y órganos sensoriales se hallaban desconectados de su cabeza. Empezaba a recobrar la memoria.
-Salí de ese bar tan ruidoso, iba a coger un taxi. Me paré un momento para ver las píldoras y, de repente, estaba tumbado en alguna parte tragando alcohol y…
Una luz brilló en su mente. Un brillo que se fué apagando lentamente conforme la “medicina” surtía efecto. No soñaría, ni pensaría nada en los próximos 25 años.
-Señorita Parker -el comercial de Hyberdolar intentaba hablar con su secretaria-. Tráigame el expediente del Sr. Brain. Sí, exacto, David Brain. Hace un año que le abrimos la ficha y no sabemos nada de él. Seguro que se olvidó de nosotros y estará disfrutando de unas largas vacaciones.
-Maldita sea, una y mil veces -el mendigo se removía entre los cartones-. Odio esos camiones que trituran la basura. Todas las noches me despiertan.
INVERSION CON FUTURO - (C) Alfonso E.M. 1993